Empecé en las viñas por amor al campo …hay que poner mucha ilusión.

En su microbodega Victor Martínez gestiona todo el proceso: desde la poda hasta el embotellado, además de las redes sociales.

Dicen que la pasión mueve montañas y la historia de Víctor Martínez en el mundo del vino es un ejemplo de libro. Su amor al campo le brotó desde “bien pequeño”. Recuerda que iba a vendimiar con su padre en Ciruelos de Cervera. Y que lo hacía montado en un carro. Aquellas viñas en el término de Valdumaz no prosperaron demasiado. El frío les impedía madurar y conejos y pájaros las terminaron de rematar. Sin embargo, la llama quedó prendida.

“Con poco más de dos hectáreas, siempre digo que lidero la bodega más pequeña de toda la Ribera del Duero. No tengo previsto crecer.”

Casualidades o no de la vida, poco después de casarse, allá por 1960, Martínez decidió encargarse de las viñas que tenía la familia de su mujer en Gumiel de Izán. “Se lo propuse a su abuela y le pareció bien”, recuerda, al tiempo que admite que por entonces no tenía demasiada idea de viticultura, pero sí ilusión a raudales.

Con el tiempo, a base de leer, hablar con la gente del pueblo, ir a podar y ver documentales, fue madurando la idea de montar su propia bodega. Vinum Vitae vio la luz en 2010. Lo hizo en una parte del garaje de su casa y el sótano. Previamente consultó con un enólogo, que le animó a emprender en un sector en el que “no es fácil entrar, pero tampoco difícil. Hay que poner ilusión e interés y ser constante”, defiende Martínez, que compagina su trabajo como bodeguero con el de profesor en la Escuela de Informática de la Universidad Politécnica de Madrid. Entre las viñas y las aulas, no duda. Espeta rotundo que el mundo del vino hace disfrutar más. Cosas de trabajar al aire libre. “Me resulta muy gratificante cambiar de actividad, especialmente por salir de la vorágine de Madrid”, admite.

Martínez se ocupa de todo el proceso de elaboración del vino: desde la poda en invierno hasta recoger los palos entorno a Semana Santa, mantener las tierras limpias de hierbas y aplicar los pertinentes tratamientos contra hongos, hasta vendimiar, embotellar y etiquetar entre 3.500 y 4.000 botellas de Avañate que produce cada temporada.

Sus gestiones no terminan ahí. Victor Martínez también se encarga personalmente del empaquetado y distribución por distintos puntos de España, especialmente en vinotecas y restaurantes de Madrid, así como en Suiza y Brasil. Intenta acudir a ferias, catas y concursos y, como no podía ser de otra manera, de estar presente en redes sociales. “Avañate es el ejemplo típico de un vino de autor, de un vino personal”, defiende el viticultor al respecto.

De hecho, el propio nombre de Avañate representa otro reflejo más de su pasión por el campo y por sus raíces. Abañate, con b, es el nombre de un término municipal de Ciruelos de Cervera. A Martínez le sonaba bien, especialmente porque le evoca las tierras que por allí tenía su padre. Así que decidió hacer un guiño al pueblo que le vio nacer y a su familia. Le cambió la B por la V, por el vino, para darle su propio toque.

Lo que no ha variado desde que arrancó su bodega ese el número de hectáreas que gestiona: poco más de dos repartidas en siete parcelas. Todas en Gumiel de Izán. Y todas viñas antiguas. Asegura que no tiene previsto ampliar el viñedo ni tampoco que Vinum Vitae crezca para así mantener su esencia. La de una bodega que Martínez reine como una micro bodega, “la más pequeña de toda la Ribera del Duero”.

Tiene claro que con su tinto Avañate busca un vino con personalidad, potente, un caldo con fuerza, acorde a un terruño que acumula siglos de historia y tradición. Va poco a poco, empapándose de conocimientos, perfeccionando la técnica. Se guía por la pasión. Nada, pero nada, le gusta más que el campo.

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